
¿Será verdad que somos recíprocamente la piedra de Sísifo y el agua de Tántalo?
¿Será verdad que estamos destinados a nunca completar nuestras condenas, a desear eternamente sin poder alcanzar, a llegar cada vez para volver a empezar?
¿Será verdad que nunca es, sino que siempre fue tarde?
El pasado es lo único que está siempre en movimiento -dice un nuevo amigo, gracias por presentármelo- pero el movimiento es un imposible. Porque para pasar de A a B siempre existe un punto intermedio que es C, y para pasar de A a C, hay otro punto intermedio que es D. Y así sucesivamente. Infinitos puntos intermedios. Entonces nada se mueve. Nosotros no nos movemos.
Y ya ves que, entonces, no tengo la culpa de estar estancada.
El Universo es así.
Desde mi perspectiva, es al revés: hay una fuerza universal que tiende al orden, un principio anti- entrópico, mientras nosotros intentamos en vano desplazarnos, como si camináramos en el agua pesada, añorando un poco de ese raro tipo de libertad que anida en el caos.
Y al final, somos como los tigres cuando viven en el circo, dopados. No tienen fuerza para nada, sólo para echarte de vez en cuando esa mirada de tristeza y odio al mismo tiempo. Domesticados. Incapaces de rebelarse. Un poco porque ya no tienen fuerzas y otro poco porque después de tanto tiempo quién sabe qué hay afuera.
Hola, cómo te fue.
A qué hora es la comida.
A dónde vamos hoy.
Uy qué lindo.
Hasta mañana.
Buen día.
Es como si hubieran pegado los dos extremos de la película y rodara siempre otra vez.
Gracias por haberme hecho acordar para qué soy (punto). Y nada más. Para qué soy.
Hay que matar al tigre. Pero no a mítica la fiera predadora. Al viejo animal dopado.
Para decir "El tigre ha muerto. Viva él."
Y deshacernos del mito.
Y no dejar de movernos, aunque nos quedemos siempre en el mismo lugar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Contame qué te pareció...