
Ford explica la relación reflexiva entre los medios de comunicación y la cultura popular. “Ponerlas en contacto con los medios de comunicación es ponerlas en contacto consigo mismas” en tanto que la cultura mediática nace enmarcada en las tradiciones, géneros y saberes de las necesidades cognitivas existentes en las clases populares.
Hacia mediados del siglo XIX se da una etapa marcada por la aceleración de la revolución industrial, un intenso desarrollo urbano –pero con un pasado rural aún muy cercano- y el pasaje de la razón iluminista a la positivista. Los medios parecen haberse hecho cargo de este pasaje de la razón iluminista a la modernizadora y principalmente de las zonas que por él se vieron desplazadas -la cultura del afecto, los sentimientos, la actuación, la improvisación, el humor, la oralidad y la construcción cotidiana del sentido en general-, las cuales encarnaban en el juego y en la fiesta, que pasaron a ser des-jerarquizadas y a ser considerabas bárbaras e irracionales.
Los medios avanzaron acompañando el trayecto hegemónico de la razón iluminista y positivista desde una lógica que no era la del saber escolar, institucional ó estatal, desde la dinámica de pequeñas empresas aventureras y por medio de los intelectuales pobres que trabajaban en ellas, quienes establecían un complejo y negociado diálogo con las clases populares. Este trayecto es el que va del pregonero que relataba los crímenes de pueblo en pueblo, de la novela gótica o de la literatura de cordel hacia los relatos de Poe apoyados en la lectura restringida de los periódicos del siglo XVIII –ya para entonces estrechamente ligados con la crónica negra de los periódicos populares. Pensar que este proceso sólo puede ser explicado desde la lógica del capitalismo equivale a pensar que las clases populares son esencialmente pasivas en los procesos de industrialización, urbanización y modernización.
Como dijimos, los medios nacen encadenados a las culturas populares que los engendran y no sólo a sus géneros, sino también a sus estrategias cognitivas. Estas reglas y estos saberes no pueden ser vistos como “tradiciones” en sentido estricto, puesto que son zonas reprimidas por las culturas oficiales del capitalismo. El autor explica el fracaso de los países socialistas para construir una industria cultural que sea competitiva con la occidental por haber estado apoyados en la misma concepción de la razón que los países capitalistas. Dos errores les impidieron comprender la relación de las clases populares con los medios: por un lado, respecto de las culturas preindustriales, no discriminaron en ellas entre los elementos retrógrados y los que referían a discusiones históricas; por el otro, realizan una lectura en clave estética e ideológica de aquello que debe ser tomado o no etnográficamente. Esta concepción de Ford es idéntica a la de Hall, para quien pensar que las clases populares consumen medios porque son idiotas es “muy poco socialista”.
Para Ford, hay conjuntos culturales que no han sido jerarquizados por la razón iluminista y positivista que se filtraron en los medios directamente desde las culturas populares anteriores, las cuales hoy persisten en éstos así como también en los intercambios simbólicos no massmediáticos. El autor ejemplifica con la figura de Olmedo, respecto de la cual circulan muchas explicaciones eticistas, superficiales y estereotipadas (desde la alienación hasta la procacidad). Sin embargo, el caso de esta figura en particular nos remite a problemas más profundos como la recuperación simbólica del cuerpo (la exacerbación de lo gestual) y los procesos de construcción del sentido (la desagregación del doble sentido, la improvisación que desafía a la estructuración, etc.). Ver espectáculos o admirar a un actor no son signos de mera pasividad, sino momentos receptores.
El autor entiende que los estados modernos jerarquizaron la escritura desplazando a otras formas, que nuestra cultura actual bloqueó el conocimiento sobre la percepción corporal -kinésica y proxémica- disminuyendo a la vez el rol de los sentidos en nuestra experiencia cotidiana. Vivimos en una cultura donde la tragedia tiene más prestigio que la comedia.
Los medios audiovisuales vienen a romper la hegemonía de la escritura, pero esto no es totalmente percibido a raíz de que son analizados desde un paradigma escritural. En efecto –dice Ford- “la cámara a veinte centímetros de la cara de un político estructura una lectura y genera una competencia en la cual funcionan saberes que estuvieron siempre en la vida cotidiana de las clases populares subyaciendo al prestigio de la escritura”. Sin embargo, la mayoría de los proyectos de políticas de comunicación en América Latina han reflexionado muy poco sobre esto, marcados por lo escritural.
Es necesario para Ford romper con estos modelos culturales, reconocer que es imposible analizar la cultura de las clases populares sin registrar su relación con los medios y entender la recepción como acción cultural asimétrica y activa, esto es analizar la constitución histórica de los medios desde sus conflictos internos y no sólo desde el punto de vista de los intelectuales adornianos agredidos por ella, abordarla por fuera del chantaje culturalista que los convierte en un objeto degradado. Se deben reconocer las racionalidades y las estrategias de las culturas cotidianas para desde ellas poder romper las culturas institucionalizadas. Poner en relación la lectura popular de los medios con la recuperación simbólica de lo corporal o con la persistencia de saberes que han sido des- jerarquizados es condición indispensable para repensar una cultura que revalorice las densidades de lo cotidiano y la riqueza cultural del “hombre común”.
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Bibliografía:
Ford, A., “Culturas populares y (medios de) comunicación”, en Navegaciones. Comunicación, cultura y crisis, Amorrortu, Buenos Aires, 1994.
Hacia mediados del siglo XIX se da una etapa marcada por la aceleración de la revolución industrial, un intenso desarrollo urbano –pero con un pasado rural aún muy cercano- y el pasaje de la razón iluminista a la positivista. Los medios parecen haberse hecho cargo de este pasaje de la razón iluminista a la modernizadora y principalmente de las zonas que por él se vieron desplazadas -la cultura del afecto, los sentimientos, la actuación, la improvisación, el humor, la oralidad y la construcción cotidiana del sentido en general-, las cuales encarnaban en el juego y en la fiesta, que pasaron a ser des-jerarquizadas y a ser considerabas bárbaras e irracionales.
Los medios avanzaron acompañando el trayecto hegemónico de la razón iluminista y positivista desde una lógica que no era la del saber escolar, institucional ó estatal, desde la dinámica de pequeñas empresas aventureras y por medio de los intelectuales pobres que trabajaban en ellas, quienes establecían un complejo y negociado diálogo con las clases populares. Este trayecto es el que va del pregonero que relataba los crímenes de pueblo en pueblo, de la novela gótica o de la literatura de cordel hacia los relatos de Poe apoyados en la lectura restringida de los periódicos del siglo XVIII –ya para entonces estrechamente ligados con la crónica negra de los periódicos populares. Pensar que este proceso sólo puede ser explicado desde la lógica del capitalismo equivale a pensar que las clases populares son esencialmente pasivas en los procesos de industrialización, urbanización y modernización.
Como dijimos, los medios nacen encadenados a las culturas populares que los engendran y no sólo a sus géneros, sino también a sus estrategias cognitivas. Estas reglas y estos saberes no pueden ser vistos como “tradiciones” en sentido estricto, puesto que son zonas reprimidas por las culturas oficiales del capitalismo. El autor explica el fracaso de los países socialistas para construir una industria cultural que sea competitiva con la occidental por haber estado apoyados en la misma concepción de la razón que los países capitalistas. Dos errores les impidieron comprender la relación de las clases populares con los medios: por un lado, respecto de las culturas preindustriales, no discriminaron en ellas entre los elementos retrógrados y los que referían a discusiones históricas; por el otro, realizan una lectura en clave estética e ideológica de aquello que debe ser tomado o no etnográficamente. Esta concepción de Ford es idéntica a la de Hall, para quien pensar que las clases populares consumen medios porque son idiotas es “muy poco socialista”.
Para Ford, hay conjuntos culturales que no han sido jerarquizados por la razón iluminista y positivista que se filtraron en los medios directamente desde las culturas populares anteriores, las cuales hoy persisten en éstos así como también en los intercambios simbólicos no massmediáticos. El autor ejemplifica con la figura de Olmedo, respecto de la cual circulan muchas explicaciones eticistas, superficiales y estereotipadas (desde la alienación hasta la procacidad). Sin embargo, el caso de esta figura en particular nos remite a problemas más profundos como la recuperación simbólica del cuerpo (la exacerbación de lo gestual) y los procesos de construcción del sentido (la desagregación del doble sentido, la improvisación que desafía a la estructuración, etc.). Ver espectáculos o admirar a un actor no son signos de mera pasividad, sino momentos receptores.
El autor entiende que los estados modernos jerarquizaron la escritura desplazando a otras formas, que nuestra cultura actual bloqueó el conocimiento sobre la percepción corporal -kinésica y proxémica- disminuyendo a la vez el rol de los sentidos en nuestra experiencia cotidiana. Vivimos en una cultura donde la tragedia tiene más prestigio que la comedia.
Los medios audiovisuales vienen a romper la hegemonía de la escritura, pero esto no es totalmente percibido a raíz de que son analizados desde un paradigma escritural. En efecto –dice Ford- “la cámara a veinte centímetros de la cara de un político estructura una lectura y genera una competencia en la cual funcionan saberes que estuvieron siempre en la vida cotidiana de las clases populares subyaciendo al prestigio de la escritura”. Sin embargo, la mayoría de los proyectos de políticas de comunicación en América Latina han reflexionado muy poco sobre esto, marcados por lo escritural.
Es necesario para Ford romper con estos modelos culturales, reconocer que es imposible analizar la cultura de las clases populares sin registrar su relación con los medios y entender la recepción como acción cultural asimétrica y activa, esto es analizar la constitución histórica de los medios desde sus conflictos internos y no sólo desde el punto de vista de los intelectuales adornianos agredidos por ella, abordarla por fuera del chantaje culturalista que los convierte en un objeto degradado. Se deben reconocer las racionalidades y las estrategias de las culturas cotidianas para desde ellas poder romper las culturas institucionalizadas. Poner en relación la lectura popular de los medios con la recuperación simbólica de lo corporal o con la persistencia de saberes que han sido des- jerarquizados es condición indispensable para repensar una cultura que revalorice las densidades de lo cotidiano y la riqueza cultural del “hombre común”.
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Bibliografía:
Ford, A., “Culturas populares y (medios de) comunicación”, en Navegaciones. Comunicación, cultura y crisis, Amorrortu, Buenos Aires, 1994.
excelente!
ResponderEliminartengo una duda, alguien que me pueda ayudarrrr
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