jueves, 29 de abril de 2010

Martín Barbero, J., “Afirmación y negación del pueblo como sujeto”


El autor indaga sobre los usos de la categoría “pueblo” con el objeto de ponerla en perspectiva respecto de los movimientos que la constituyen en posición teórica.
Los debates que introduce son aquellos que se hallan configurados por dos grandes movimientos:
- El que pone en marcha el mito del “pueblo” en la política contra el que pone en marcha el mismo mito en el ámbito de la cultura (ilustrados vs. románticos)
- El que fundiendo política y cultura afirma la vigencia de lo popular contra aquél que lo niega por su superación en el proletariado (anarquistas vs. marxistas)
El pueblo- mito: románticos versus ilustrados
Desde el inicio de la Reforma -y de manera explícita en Maquiavelo- vemos organizarse en torno de la figura de “pueblo” un nuevo sistema de legitimación del poder político que se ligará incluso a la defensa de ciertos derechos y valores populares, pero que a la vez ve en el pueblo una amenaza contra las instituciones políticas y el orden social. El “pueblo” es un legitimador del gobierno civil mediante la “voluntad popular”, pero carece de razón por estar sumido en la ignorancia y la superstición.
La invocación al pueblo en los ilustrados legitima el poder de la burguesía en la medida exacta en que articula su exclusión de la cultura, lógica en la cual se gesta la división entre lo culto y lo popular (in- culto). Esta concepción esconde un modo específico de relación con la identidad social: el de la negación, el de una identidad que se constituye no por lo que “es” sino por lo que “le falta”. La relación entre ambas categorías no puede sino ser vertical: se impone desde los que poseen el conocimiento hacia los ignorantes, quienes sólo pueden dejarse llenar pasivamente.
El movimiento romántico introduce un quiebre en esta concepción; es reacción crítica frente al racionalismo ilustrado, pero no es necesariamente reaccionario. Al descubrimiento del “pueblo” los románticos llegan por tres vías que construyen un nuevo imaginario en el que por primera vez adquiere status de cultura lo que viene del “pueblo”: a) la de la exaltación revolucionaria que integra dos ideas: la de una colectividad que unida tiene fuerza y la del héroe que se levanta, b) la del surgimiento y exaltación del nacionalismo reclamando un alma que estaría en el “pueblo” en cuanto matriz última y origen telúrico, c) la reacción contra la ilustración entre dos frentes: el político y el estético. La discusión política se arma en torno de la fe racionalista, deriva en una idealización del pasado y en una revalorización de lo primitivo y lo irracional. La rebelión estética, por su parte, se alza contra el arte oficial y el principio de autoridad clasicista revalorizando el sentimiento y la experiencia de lo espontáneo como espacios de emergencia de la subjetividad.
Folk, volk y peuple.
Martín Barbero analiza los usos de los nombres y los campos semánticos que se construyen en torno de estos tres términos que, aparentando hablar de lo mismo, impiden ver el juego de las diferencias:
- Folk y volk engendrarán respectivamente la ciencia del folklore y del volkskunde, mientras que peuple, en lugar de dar nombre a un saber, será una modalización cargada de sentido político y peyorativo (populismo).
- Folk tenderá a recortarse sobre un topos cronológico; volk lo hará sobre uno geológico y peuple, sobre uno socio- político.
- El folklore nombra a la dimensión del tiempo en la cultura, la relación en el orden de las prácticas entre dos mundos culturales: el de la tradición (el mundo rural, la oralidad, las creencias y el arte ingenuo) el de la y modernidad (el mundo urbano, la escritura, la secularización y el arte “refinado”). Por su lado, el volkskunde capta la relación entre dos estratos en la configuración “geológica” de la sociedad: uno exterior (la dispersión de lo superficial, lo inauténtico) y otro interior (la estabilidad y la unidad orgánica de la etnia, de la raza).
- Mientras folk (pueblo- tradición) tendería a significar la presencia acosante y ambigua de la tradición en la modernidad, volk (pueblo – raza) significaría la matriz telúrica de la unidad nacional perdida. Estos dos imaginarios nos permitirán diferenciar el idealismo histórico que sitúa en el pasado la verdad del presente de un racismo- nacionalismo telúrico en su faceta de negación de la historia.
- Peuple refiere al universo de sufrimiento y de miseria del campesinado y las masas obreras.
La travesía de estos tres imaginarios nos habilita para pensar el componente ideológico en el romanticismo que ha sido útil a las políticas conservadoras y nos permite analizar la persistencia de estas concepciones en algunas formas de populismo, en tanto que el pueblo- nación de los románticos conforma una comunidad orgánica constituida por lazos biológicos, telúricos y naturales, es decir, en relación a la raza y la geografía. El problema que elude esta concepción es que se borran las marcas del proceso histórico, esto es, de la interacción entre lo dominante y lo dominado. Su aparente autonomía, la ausencia de contaminación y de comercio con la cultura oficial (hegemónica) niega todo tipo de circulación cultural y, al quedar vacía de sentido histórico, lo rescatado acaba siendo una cultura que no puede mirar sino hacia un punto fijo en el pasado, punto que obra de cultura- patrimonio, de folklore de archivo o de museo que conserva una supuesta “pureza original” de un pueblo- niño.
“Los románticos acaban así encontrándose con sus adversarios, los ilustrados.” (JMB)
Pueblo y clase: del anarquismo al marxismo.
La idea de “pueblo” que gesta el romanticismo va a sufrir a lo largo del siglo XIX una disolución por ambos flancos: por la izquierda hacia el concepto de clase social y por la derecha hacia el de masa.
Mientras el anarquismo inscribe ciertos rasgos de la concepción romántica en unas ideas revolucionarias, el marxismo efectuará una ruptura completa con el romanticismo, recuperando algunos rasgos de la racionalidad ilustrada. Marxismo y anarquismo comparten una concepción de lo popular que tiene como base la afirmación histórica del origen social. Los anarquistas conservan el término “pueblo” porque dicen algo de él que no se agota en la noción de clase oprimida. Los marxistas rechazarán su uso teórico por mistificador, reemplazándolo por el de “proletariado”.
La concepción anarquista podría situarse a medio camino entre la afirmación romántica y la negación marxista: por un lado definen al pueblo por su enfrentamiento estructural contra la burguesía a la vez que se niegan a identificarlo con el proletariado en el sentido restringido que adopta el marxismo (“no es una mera relación con los medios de producción, sino una opresión en todas sus formas”). Sin embargo, hay en el anarquismo una componente romántica indudable en la idealización de las virtudes justicieras del pueblo; pero a diferencia de esta última corriente ha sabido conservar de él su capacidad de transformar el presente y construir el futuro. Es la relación de opresión y resistencia a la cotideaneidad -la lucha implícita e informal- lo que los anarquistas están valorando. Para Barbero, esta es una lúcida percepción de la cultura como espacio de conflicto ( y no de mera manipulación) y de la posibilidad de transformar las diferentes prácticas culturales en medios de liberación. El fundamento material que encuentra para sostener esta tesis es la cristalización de la concepción anarquista en una política cultural que promueve instituciones de educación obrera en las que existe una sensibilidad especial para la transformación de los modelos pedagógicos. Otro de los rasgos en los que se basa Barbero es la preocupación del anarquismo por desarrollar una estética propia que predica la lucha contra todo intento de separar el arte de la vida, contra la obra maestra y los museos. “El arte reside en la experiencia” -y no en la de unos hombre especiales, sino en la de todos los hombres. El anarquismo milita a favor de un arte en situación, concepto que surge de trasladar el espacio estético a la praxis política por medio de la acción directa.
Por eso, para este autor la concepción anarquista es a la vez romántica y anti- romántica:
- Romántica, porque proclama un arte anti- autoritario basado en la espontaneidad y la imaginación;
- Anti- romántica, porque no cree que se limite a expresar una subjetividad individual, sino una voz colectiva.
Y en este último sentido es también “realista” porque pone la cotidianeidad en relación directa de conflicto. Un ejemplo de este pensamiento es la temática anarquista que plantea las relaciones entre arte y tecnología. El concepto de belleza es reemplazado por la voluntad de significar, por la participación artística del hombre no sólo como espectador, sino como actor.
En la reflexión marxista hay un punto fundamental que lo distancia especialmente del pensamiento libertario anarquista: la conciencia de la novedad radical que produce el capitalismo. El proletariado se define como clase exclusivamente por la relación antagónica que la constituye en el plano económico de las relaciones de producción entre el capital y el trabajo. Todos los demás planos adquieren su sentido a partir de éste y toda concepción de lucha social que no se centre en él se considera mistificadora y tramposa. La componente hegeliana hace que la idea de pueblo resulte “superada”. Pero el costo de esta superación es que la apelación a dicho concepto quedará reservada a la derecha política. Lo que es impensable para el marxismo es la contradicción dominante que según Laclau se sitúa no principalmente en el plano de las relaciones de producción, sino en el de las formaciones sociales, en la operación de interpelación- constitución de identidades de los sujetos políticos. La concepción marxista deja definitivamente fuera de su dominio el mundo de la cotidianeidad y la subjetividad, a partir de lo cual se produce un popular reprimido, una doble operación de negación: por un lado, la no representación de lo popular en el conjunto de actores, espacios y conflictos que son aceptados socialmente pero que no son interpelados por la izquierda (actores como la mujer, el jubilado y espacios como el hogar, el hospital, etc); y por el otro, un segundo tipo de popular no representado, constituido por las tradiciones culturales (prácticas religiosas, poéticas, el mundo de las culturas indígenas, etc). Para el autor, estas operaciones ponen de manifiesto la dificultad del marxismo para pensar la cuestión de la pluralidad de matices, de la alteridad cultural, es decir, que su afán por explicar las dinámicas culturales por las diferencias de clases impide pensar el papel de las identidades socio- culturales como fuerzas materiales de desarrollo de la historia al analizar todos los conflictos mediante una sola lógica (lo que no significa para Barbero que la lógica de la lucha de clases no atraviese todas las otras).
Hay en el marxismo una automática homologación del concepto de cultura con el de ideología, en su definición como falsificación de la realidad por sobre la acepción que la comprende como una concepción del mundo y que se fundamenta en su función de interpelación. Es por esta razón que el autor podría explicar que la mirada del marxismo califique de “decadente” a la producción cultural de las vanguardias. Desde esta perspectiva, el realismo es asumido como el gusto profundo y el único modo de expresión legítimo de las clases populares. Se apela al pueblo en un sentido similar al racionalista, pero con un sentido opuesto a la negación que este último pensamiento produce: se considera una “verdadera” obra de arte a aquella que ofrece a las masas simplicidad y comprensibilidad. El marxismo condena a la modernidad por disolver la forma y mezclar, por confundir los géneros. Jesús Martín Barbero entiende que esta postura conlleva un gran parecido con la visión más apocalíptica y conservadora de la teoría de la decadencia cultural en la sociedad de masas.

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Bibliografía:

Martín Barbero, J., “Afirmación y negación del pueblo como sujeto”, en De los medios a las mediaciones. Comunicación, cultura y hegemonía., Gustavo Gili, Barcelona, 1987.

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