
La perspectiva metodológica de Thompson nos obliga a abordar el problema del anacronismo en el uso de las categorías semánticas dentro todo análisis histórico. El autor previene sobre la apelación a categorías monolíticas que excluyen una descripción previa de su proceso de formación. La obra a la que nos dedicaremos se refiere a un período anterior a la instauración del capitalismo, por tal motivo Thompson prefiere no hablar de “clases” en un sentido estrictamente histórico, sino en un sentido heurístico, es decir, con el objeto de describir su proceso de formación. Esta concepción le permite pensar también los fenómenos de resistencia en lugar de sumergirse directamente en la separación tajante entre cultura popular y cultura dominante como mera inculturación que se realiza “desde arriba hacia abajo” en la jerarquía social.
La tesis del autor es que la conciencia de la costumbre era especialmente fuerte en el siglo XVIII, en discusión con otros historiadores que se han ocupado de analizar el período, quienes consideraban que los usos consuetudinarios estaban en decadencia. Encontramos aquí una crítica explícita a Burke, a quien acusa de borrar en su obra las marcas de los conflictos entre dos culturas. Thompson explica cómo desde el ámbito de la cultura letrada que había impulsado el pensamiento de la Ilustración se ejercían presiones para reformar la cultura popular en un proceso que iba desplazando a la cultura oral. Pero dichas presiones reformistas encontraron una resistencia empecinada de los sectores populares y por tal motivo es que se podría concluir que el siglo XVIII fue el período en el que se gestó una irreversible distancia entre la cultura de los patricios y la de los plebeyos en el marco de un incipiente capitalismo instaurándose como nuevo modelo productivo. Burke postula que la aparición del concepto de “folklore” tiene su origen en el fenómeno de observación por parte de grupos de exploración provenientes de las capas altas de la sociedad europea, quienes se interesaron por inspeccionar las pequeñas tradiciones de los plebeyos y tomaron nota de sus extrañas prácticas y rituales considerándolos como reliquias del pasado. Es así que, para Thompson, desde su mismo origen el término “folklore” lleva consigo esa sensación de distanciamiento y subordinación.
En los siglos anteriores, el término “costumbre” no había sido utilizado con esta impronta folklórica, sino en reemplazo de la palabra “cultura”, es decir, como una segunda naturaleza de los hombres. La Common Law inglesa (ley consuetudinaria vigente en el siglo XVIII) ilustra estas formas de reproducción de la sociedad a partir de la oralidad en tanto que constituía la retórica de legitimación por excelencia para cualquier práctica o derecho. Pero en el siglo XIX, la implementación del término “folklore” tendió a separar la reliquia de su contexto, perdió la conciencia de una mentalidad cultural. Para Thompson, es difícil no ver esta separación en términos clasistas cuando, por ejemplo, en el siglo XIX las procesiones populares perdieron definitivamente el respaldo consensual de los patrones porque éstos consideraban que daban pie a la jarana.
Lejos de la permanencia fija en el tiempo que sugiere la palabra “tradición”, la “costumbre” era un campo de cambio y contienda. Aquí nuevamente nos encontramos con una crítica a Burke apuntando directamente a su visión consensual de la cultura como “sistema de significados, actitudes y valores compartidos”. Para Thompson, la cultura es también el tráfico que tiene lugar entre lo escrito y lo oral, entre lo dominante y lo dominado, entre el pueblo y la metrópoli, que cobra forma de sistema y que no elude las contradicciones sociales ni las fracturas ni las resistencias que se ocultan detrás de los rituales de paternalismo. “De esta manera –escribe Thompson- la cultura popular se sitúa dentro de la morada material que le corresponde.”
Rasgos característicos de la cultura plebeya en el siglo XVIII
- El aprendizaje como iniciación en las habilidades adultas no se halla limitado a su expresión industrial formal, es también mecanismo de transmisión generacional. Con la iniciación en estas habilidades llega una iniciación en la experiencia social.
- Las tradiciones se perpetúan en gran parte por transmisión oral con su repertorio de anécdotas y ejemplos narrativos. Los crecientes elementos típicos de la cultura letrada, tales como libritos de copias, almanaques, crónicas, tienden a someterse a las expectativas de la cultura oral en lugar de desafiarla.
- La cultura popular transmite vigorosamente representaciones ritualizadas bajo la forma de diversiones o protestas (por ejemplo, el escarnio público, la fijación de precios, el divorcio ritual, sanciones de fuerza, ridículo ó vergüenza).
- La cultura popular es una cultura conservadora en su movimiento de resistencia, que apela a los usos tradicionales y procura reforzarlos.
De ahí que tenemos una de las paradojas de la época: una cultura tradicional y a la vez rebelde. La cultura conservadora de la plebe se resiste, en nombre de la costumbre, a las racionalizaciones e innovaciones económicas, (la disciplina del trabajo, el cercamiento de las tierras, etc) que pretenden imponer los gobernantes y los patrones. La innovación es más evidente en la cúspide de la sociedad que en sus capas inferiores. Pero dado que esta innovación no se trata de una tecnología neutral que no acarrea la implementación de algún tipo de norma -sino todo lo contrario, se trata de la innovación dentro del proceso de implantación capitalista- la mayoría de las veces la plebe la experimenta bajo la forma de explotación o expropiación de derechos (como es la alteración violenta de pautas de trabajo y ocio que para ella son valiosas). Por consiguiente, la cultura plebeya es rebelde, pero esa rebeldía es en defensa de sus costumbres.
Tampoco la identidad social de los trabajadores de la época está libre de ambigüedades. En el mismo individuo podemos encontrar dos conciencias contradictorias: la de la praxis (la necesaria conformidad con el statu quo en la práctica diaria, si se quiere, necesaria para sobrevivir de acuerdo con las reglas que les imponen sus patrones) y la que es heredada de su pasado y absorbida sin espíritu crítico (el sentido común que deriva de su experiencia compartida). Para Gramsci, la filosofía de la praxis no cristalizaba sencillamente la apropiación de un individuo, sino que esta apropiación era mediada por la experiencia compartida en el sentido común. Aquí Thompson nos da como ejemplo las motivaciones no monetarias que son percibidas como una suerte de economía moral, reglas simbólicas que son totalmente diferentes de las que posteriormente se encuentran en los movimientos obreros del capitalismo consolidado.
En estos comportamientos es posible visualizar ambas cosas: formaciones que posteriormente cristalizarán en una conciencia de clase y desechos fragmentarios de pautas más antiguas. No se trata de una cultura meramente tradicional, sino de una cultura peculiar que es más bien picaresca: la muerte y el desempleo se experimentan como factores externos que no se pueden controlar, la oportunidad se aprovecha cuando se presenta pensando poco en las consecuencias.
Conclusiones del autor
“La Revolución Industrial y la revolución demográfica fueron el trasfondo de una transformación histórica mayor al revolucionar las necesidades elevando el umbral de las expectativas materiales y al destruir al mismo tiempo la autoridad de las expectativas consuetudinarias.”(p. 27)
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Bibliografía:
Thompson, E., “Introducción: costumbre y cultura”, Costumbres en común, Barcelona, Crítica, 1990.
La tesis del autor es que la conciencia de la costumbre era especialmente fuerte en el siglo XVIII, en discusión con otros historiadores que se han ocupado de analizar el período, quienes consideraban que los usos consuetudinarios estaban en decadencia. Encontramos aquí una crítica explícita a Burke, a quien acusa de borrar en su obra las marcas de los conflictos entre dos culturas. Thompson explica cómo desde el ámbito de la cultura letrada que había impulsado el pensamiento de la Ilustración se ejercían presiones para reformar la cultura popular en un proceso que iba desplazando a la cultura oral. Pero dichas presiones reformistas encontraron una resistencia empecinada de los sectores populares y por tal motivo es que se podría concluir que el siglo XVIII fue el período en el que se gestó una irreversible distancia entre la cultura de los patricios y la de los plebeyos en el marco de un incipiente capitalismo instaurándose como nuevo modelo productivo. Burke postula que la aparición del concepto de “folklore” tiene su origen en el fenómeno de observación por parte de grupos de exploración provenientes de las capas altas de la sociedad europea, quienes se interesaron por inspeccionar las pequeñas tradiciones de los plebeyos y tomaron nota de sus extrañas prácticas y rituales considerándolos como reliquias del pasado. Es así que, para Thompson, desde su mismo origen el término “folklore” lleva consigo esa sensación de distanciamiento y subordinación.
En los siglos anteriores, el término “costumbre” no había sido utilizado con esta impronta folklórica, sino en reemplazo de la palabra “cultura”, es decir, como una segunda naturaleza de los hombres. La Common Law inglesa (ley consuetudinaria vigente en el siglo XVIII) ilustra estas formas de reproducción de la sociedad a partir de la oralidad en tanto que constituía la retórica de legitimación por excelencia para cualquier práctica o derecho. Pero en el siglo XIX, la implementación del término “folklore” tendió a separar la reliquia de su contexto, perdió la conciencia de una mentalidad cultural. Para Thompson, es difícil no ver esta separación en términos clasistas cuando, por ejemplo, en el siglo XIX las procesiones populares perdieron definitivamente el respaldo consensual de los patrones porque éstos consideraban que daban pie a la jarana.
Lejos de la permanencia fija en el tiempo que sugiere la palabra “tradición”, la “costumbre” era un campo de cambio y contienda. Aquí nuevamente nos encontramos con una crítica a Burke apuntando directamente a su visión consensual de la cultura como “sistema de significados, actitudes y valores compartidos”. Para Thompson, la cultura es también el tráfico que tiene lugar entre lo escrito y lo oral, entre lo dominante y lo dominado, entre el pueblo y la metrópoli, que cobra forma de sistema y que no elude las contradicciones sociales ni las fracturas ni las resistencias que se ocultan detrás de los rituales de paternalismo. “De esta manera –escribe Thompson- la cultura popular se sitúa dentro de la morada material que le corresponde.”
Rasgos característicos de la cultura plebeya en el siglo XVIII
- El aprendizaje como iniciación en las habilidades adultas no se halla limitado a su expresión industrial formal, es también mecanismo de transmisión generacional. Con la iniciación en estas habilidades llega una iniciación en la experiencia social.
- Las tradiciones se perpetúan en gran parte por transmisión oral con su repertorio de anécdotas y ejemplos narrativos. Los crecientes elementos típicos de la cultura letrada, tales como libritos de copias, almanaques, crónicas, tienden a someterse a las expectativas de la cultura oral en lugar de desafiarla.
- La cultura popular transmite vigorosamente representaciones ritualizadas bajo la forma de diversiones o protestas (por ejemplo, el escarnio público, la fijación de precios, el divorcio ritual, sanciones de fuerza, ridículo ó vergüenza).
- La cultura popular es una cultura conservadora en su movimiento de resistencia, que apela a los usos tradicionales y procura reforzarlos.
De ahí que tenemos una de las paradojas de la época: una cultura tradicional y a la vez rebelde. La cultura conservadora de la plebe se resiste, en nombre de la costumbre, a las racionalizaciones e innovaciones económicas, (la disciplina del trabajo, el cercamiento de las tierras, etc) que pretenden imponer los gobernantes y los patrones. La innovación es más evidente en la cúspide de la sociedad que en sus capas inferiores. Pero dado que esta innovación no se trata de una tecnología neutral que no acarrea la implementación de algún tipo de norma -sino todo lo contrario, se trata de la innovación dentro del proceso de implantación capitalista- la mayoría de las veces la plebe la experimenta bajo la forma de explotación o expropiación de derechos (como es la alteración violenta de pautas de trabajo y ocio que para ella son valiosas). Por consiguiente, la cultura plebeya es rebelde, pero esa rebeldía es en defensa de sus costumbres.
Tampoco la identidad social de los trabajadores de la época está libre de ambigüedades. En el mismo individuo podemos encontrar dos conciencias contradictorias: la de la praxis (la necesaria conformidad con el statu quo en la práctica diaria, si se quiere, necesaria para sobrevivir de acuerdo con las reglas que les imponen sus patrones) y la que es heredada de su pasado y absorbida sin espíritu crítico (el sentido común que deriva de su experiencia compartida). Para Gramsci, la filosofía de la praxis no cristalizaba sencillamente la apropiación de un individuo, sino que esta apropiación era mediada por la experiencia compartida en el sentido común. Aquí Thompson nos da como ejemplo las motivaciones no monetarias que son percibidas como una suerte de economía moral, reglas simbólicas que son totalmente diferentes de las que posteriormente se encuentran en los movimientos obreros del capitalismo consolidado.
En estos comportamientos es posible visualizar ambas cosas: formaciones que posteriormente cristalizarán en una conciencia de clase y desechos fragmentarios de pautas más antiguas. No se trata de una cultura meramente tradicional, sino de una cultura peculiar que es más bien picaresca: la muerte y el desempleo se experimentan como factores externos que no se pueden controlar, la oportunidad se aprovecha cuando se presenta pensando poco en las consecuencias.
Conclusiones del autor
“La Revolución Industrial y la revolución demográfica fueron el trasfondo de una transformación histórica mayor al revolucionar las necesidades elevando el umbral de las expectativas materiales y al destruir al mismo tiempo la autoridad de las expectativas consuetudinarias.”(p. 27)
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Bibliografía:
Thompson, E., “Introducción: costumbre y cultura”, Costumbres en común, Barcelona, Crítica, 1990.
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