
Introducción: de lo popular a lo masivo.
La cultura de masas no puede ser reducida a aquello que circula en los medios masivos. Es un modelo cultural que no puede ser comprendido por fuera de su relación con las mediaciones sociales. El problema de la mayoría de las investigaciones que estudian la cultura de masas es que la enfocan desde el modelo culto (que tiende a pensarse como “la cultura”) y en esa dirección algunas operaciones de sentido como la velocidad, la repetición y el esquematismo son descalificadas como recursos de simplificación que remitirían a las presiones de los formatos tecnológicos y a las estratagemas comerciales. A partir de ello es posible comprender el ataque de Adorno y Horkheimer contra ella, por atentar contra una cierta sacralización del arte. Esta tendencia a concebir la cultura de masas únicamente como el resultado de un proceso de industrialización mercantil impide plantearse los efectos más estructurales del capitalismo sobre la cultura.
Es necesario investigar la cultura de masas desde otro modelo, el popular, que deje al descubierto su carácter de cultura de clase. Lo popular no puede ser nombrado sin nombrar a la vez aquello que lo niega y frente a lo que se afirma en una lucha desigual y con frecuencia ambigua.
Es preciso introducir varios desplazamientos:
- De lo popular a lo masivo. Lo masivo no es algo exterior que viene a corromper lo “auténticamente popular”. La cultura de masas no aparece de golpe, sino que se ha gestado lentamente desde el interior de lo popular. Sólo un enorme etnocentrismo de clase ha podido llevar a no ver la cultura masiva más que como un proceso de vulgarización. La masificación no es más que un proceso de inversión de sentido mediante el cual la cultura producida industrialmente para el consumo de las masas pasa a llamarse “popular”, justo en el momento histórico en que la cultura popular apunta a su constitución como cultura de clase. (s XIX). La cultura popular- masiva se constituye activando ciertas señas de identidad de la vieja cultura y deformando o neutralizando otras.
- De lo masivo a lo popular. Para investigar la cultura de masas respecto de su negación de los conflictos a través de los cuales las clases populares construyen du identidad, se debe investigar primero los dispositivos de despolitización y control, de desmovilización, y en segundo lugar las operaciones mediante las cuales lo masivo se recupera y apoya en lo popular.
- Los usos populares de lo masivo. Apunta a preguntas acerca de qué hacen las clases populares con lo que ven, creen, compran o leen. Frente a las mediciones y las etnografías de audiencia y contra la concepción de consumo pasivo, se trata de investigar los usos que los diferentes grupos hacen de lo que consumen, teniendo en cuenta que lo popular tampoco es, como generalmente se concibe, homogéneo, sino que también es plural. Si la pauta de consumo es el punto de llegada del proceso productivo industrial, también es el punto de partida de otro proceso de producción oculto en la fase de utilización, que permite descubrir otra lógica de acción: la de la resistencia y la réplica a la dominación.
El relato popular como modo de acceso a la otra cultura.
El relato popular se caracteriza por dos oposiciones:
- Frente a la novela y su textualidad intransitiva, la narración es siempre un “contar a”, se realiza en un acto de comunicación, en la puesta en común de una memoria que fusiona la experiencia y su modo de contarla porque no se trata sólo de una memoria de los hechos, sino también de los gestos. La posibilidad de que un relato pueda ser asumido por el auditorio y vuelto a contar es que se deje memorizar. La narración popular tienen un funcionamiento paradójico respecto de la cibernetización: la calidad de la comunicación está en proporción inversa a la cantidad de información. La repetición convive con la innovación, el relato vive de sus transformaciones y de su fidelidad, pero no a las palabras, sino al sentido y a su moral.
- Frente a los relatos “de autor”, los géneros son un lugar desde el que se lee el sentido de un relato. Esta es una categoría básica para rastrear lo que de popular queda aún en lo masivo. Mientras en el discurso culto el estilo hace estallar los géneros, en el popular- masivo éstos siguen cumpliendo su rol de articular la cotideanidad con los arquetipos.
Esta reflexión de Barbero pone el acento en los diferentes modos de leer y se replantea la vigencia de las teorías de la recepción, tanto las funcionalistas como las crítico- negativas de Frankfurt, porque ambas prolongan la tradición de la concepción ilustrada del proceso educativo, según la cual se discurre desde un polo activo que detenta el saber (polo productivo) hacia un polo pasivo que lo ignora (polo consumidor).
Rasgos diferenciales de la cultura popular
- Lectura colectiva. Discute con la imagen del individuo encerrado en su libro y recupera la institución popular en las veladas de lectura, en las cuales la voz adopta el ritmo que le marca el grupo. Lo leído no funciona como punto de llegada, sino como punto de partida para el comentario que lo reinventa.
- Lectura expresiva. Los sujetos no tienen vergüenza de expresar las emociones que les ha suscitado, incluso su exaltación ó aburrimiento. Se practica la escucha sonora, que puede incluir desde aplausos hasta silbidos, desde llanto hasta carcajadas. Esta expresividad revela la marca más fuertemente diferenciadora de la estética popular en relación a la culta, tan cuidadosa de controlar sus emociones. Esta última pone el énfasis en la seguridad y en la negación del goce; tal como lo hacía Adorno, lo considera como algo “sospechoso”.
- Lectura oblicua, desviada. Implica una operación de apropiación. Su gramática es con frecuencia diferente de la gramática de producción. La autonomía del texto es ilusoria, tanto cuando se la mira desde las condiciones de producción como desde las de lectura.
Aquí el autor ejemplifica con la lectura popular de Los misterios de París de Sue, folletín que suscitó una toma de conciencia entre las clases populares mediante la activación de señales de reconocimiento.
Claves para re- conocer el melodrama
Es el género popular que más se ha consolidado en América Latina y también un terreno fundamental para estudiar la no contemporaneidad entre los productos culturales que se consumen y el espacio socio- cultural desde el que éstos son leídos por las clases populares. Para Barbero, la inversión de sentido que opera en el melodrama y que da origen a la cultura de masas es analizable en él como en ningún otro género: “trabaja una veta profunda del imaginario colectivo y no hay acceso posible a la memoria histórica que no pase por ese imaginario”.
El punto de arranque del melodrama como espectáculo popular podemos ubicarlo en Inglaterra y Francia en el siglo XIX. Nace por un decreto de la Revolución Francesa por el que se levanta la prohibición que pesaba contra los teatros populares. A partir de él se fusionan por primera vez la memoria narrativa y gestual de las dos grandes tradiciones populares: la de los relatos que vienen de los romances y la coplas, de la literatura de cordel y las narraciones de la novela gótica, por un lado, con la de los espectáculos populares que vienen del circo, del teatro de feria y los ritos de las fiestas, por el otro. El melo- teatro del 1800 es el lugar de emergencia de lo masivo. Podemos trazar una historia de las matrices culturales, de los modelos narrativos y de la puesta en escena de él al folletín, a la novela por entregas, al cine, a la radio y finalmente a la televisión. Para ello “no hay más remedio que plantearse el estudio de las mediaciones en las que los procesos económicos dejan de ser un exterior de los procesos simbólicos”.
La hipótesis de trabajo del autor respecto del melodrama es que en él perduran algunas señas de identidad de la concepción popular, eso que Thompson ha llamado “la economía moral de los pobres”. Dicha concepción consiste principalmente en vivir la realidad a través de las relaciones familiares de parentesco: “desde ellas, melodramatizando todo, la clases populares se vengan a su manera de la abstracción impuesta por la mercantilización de la vida y de los sueños”.
Tiempo familiar e imaginario mercantil
Barbero se propone situar el papel de las relaciones familiares en las culturas populares tradicionales y analizar los cambios que la industrialización mercantil y la massmediación producen sobre estas relaciones. El tiempo familiar es el que media entre el tiempo de la historia –el de los grandes acontecimientos que vienen a irrumpir desde fuera de la comunidad- y el tiempo de la vida –el que va del nacimiento a la muerte de cada individuo. La familia aparece en la cultura popular como la gran mediación a través de la cual se vive la socialidad. Las transformaciones operadas por el capitalismo en el ámbito del trabajo y de la cultura, en la mercantilización del tiempo y de las relaciones sociales, vienen a estallar aquella mediación. Ya vaciada de su rol productivo y separada del espacio público, La familia se privatiza hasta no tener otra función que la sexual y la de la crianza, convirtiéndose en un refugio contra la alienación. Y así, segregada, la familia encoge sus límites hasta hacerlos coincidir con los de la casa, convertida ahora en espacio de despliegue del individualismo consumista, oponiendo el espacio de trabajo al del consumo y el ocio. Del mismo modo opone el ámbito de lo político al de la neutralidad, convertida en célula de control socio moral. El domingo urbano se ha convertido en el día de máxima privatización frente a lo que una vez fue el día de mayor socialización en las fiestas populares. Dentro de la casa, la televisión marca las dos etapas del simulacro que cubre la negación de lo social:
- El aparato televisor como rearticulador del espacio (foco al que todos miran sin hablar).
- Una televisión que “trae todo a casa”, haciendo innecesario salir a socializar en los grandes espectáculos (el fútbol, los conciertos, el cine). Más tarde, cada miembro tendrá su propio televisor en el cuarto, ilustrando el proceso en el punto más lejano de lo que las relaciones familiares fueron alguna vez en la cultura popular.
Por eso, sólo un anacronismo gigantesco puede hoy mantener vivo el melodrama en Latinoamérica.
Melodrama, la memoria y su desactivación.
En el siglo XIX, el melodrama conectaba profundamente con la cultura popular en dos sentidos:
- Era un espectáculo teatral para todo un pueblo, se ensayaba al aire libre, se hacía visible en calles y plazas, reflejaba los cuerpos emanando extravagancia y jocosidad. La participación del público estaba fundada en una particular complicidad.
- Implicaba una continuidad entre la estética y la ética. Las peripecias y las aventuras no son exteriores a los actos morales. Los efectos dramáticos son expresión de estas exigencias morales. Y de fondo está la estructura familiar en cuanto estructura de las fidelidades primordiales; de ahí que todo el peso del drama resida en esas fidelidades como causa del suplicio, en una trama que va del des- conocimiento al re- conocimiento de la identidad de la víctima.
El melodrama- teatro de 1800 es el primer gran espectáculo fabricado industrialmente para el consumo de masas. Contiene ya efectos sonoros, su puesta en escena se valió de las innovaciones de la Revolución Industrial. La desactivación de lo que en él quedaba de memoria popular se dio fundamentalmente a través de dos operaciones:
- La homogeneización, que borró las huellas de la diversidad cultural en la procedencia de los relatos. La masificación fue fragmentando y concentrando, absorbiendo y unificando. La acción corrosiva del capitalismo operó desarticulando las culturas tradicionales en su resistencia a dejarse imponer una lógica económica que destruía los modos de vida con sus propias concepciones del tiempo y sus formas de trabajo, en síntesis, destruyó su moral toda y las expresiones estéticas de dicha moral.
- La estilización es producto de la transformación del pueblo en “público” y funciona a través de la constitución de una lengua y un discurso en el que puedan reconocerse todos, es decir, el hombre “medio” (o sea, la “masa”). Lo que intenta borrar son las diferencias sociales de los espectadores, que ahora pagan un boleto para acceder al espectáculo. Hay una “edulcoración de los sabores más fuertes” y una entrada de temas y formas procedentes de otra estética –como el conflicto de caracteres o la persecución del éxito-; pero fundamentalmente, hay una transformación de lo heroico y maravilloso en pseudo- realismo.
Etapas de transformación del melodrama:
- Del melo- teatro en melo- novela (folletín), a mediados del s. XIX, merced al desarrollo tecnológico de la prensa y el ensanchamiento de la franja de público lector. Aquí nace el folletín, híbrido entre el periodismo y la literatura. Inaugura una nueva clase de público lector y una nueva forma de lectura que no es ni netamente culta ni netamente popular, ya que los dispositivos de narración introducen intervalos más cortos: los episodios y las series.
- Del folletín al melodrama cinematográfico y a la radionovela, reconvirtiendo el melodrama en gran espectáculo que moviliza a las grandes masas. El cine recupera el funcionamiento narrativo y escenográfico, las exigencias morales, los arquetipos míticos y la eficacia ideológica del melodrama, el cual funciona como su horizonte estético y político.
- Del melodrama cinematográfico y la radionovela en la telenovela latinoamericana.
La telenovela latinoamericana es una producción profundamente original que reencuentra a las masas -pero ahora de a uno en su propia casa- y las interpela desde el imaginario urbano. Como dijimos al inicio de este trabajo, su apoyo más secreto es su capacidad de descontemporaneizar incluso la más inmediata cotidianidad. En la telenovela latinoamericana el melodrama llega a su plena anacronía: la pequeña familia privada e intimista se reconoce en el tiempo imposible de la familia- comunidad. Anacronía que en nuestro continente no remite a la mera nostalgia porque refiere a la suma de la desposesión económica y el desarraigo cultural, marca de la persistencia de ciertas señales de identidad en la memoria popular.
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Bibliografía:
Martín Barbero, J., “Memoria narrativa e industria cultural”, en Comunicación y Cultura N°10, México, 1983.