
Carlo Guinzburg es calificado como uno de los historiadores más polémicos debido a su metodología de trabajo. Para la reconstrucción de la historia se concentra en un pequeño caso individual al que considera representativo de la cultura que se propone analizar. Su método ha sido referido como de “investigación cualitativa hermenéutica”.
La obra de la que nos ocuparemos se propone estudiar la cultura popular de fines del s. XVI y nos plantea inicialmente la imposibilidad de acceder a las fuentes de dicha cultura debido su naturaleza oral y al hecho de que no existen registros documentales de la misma. La pregunta que Guinzburg nos lleva a formularnos -siguiendo con la provocativa retórica de De Certeau- es si podemos estudiar la cultura popular por fuera del gesto que la suprime, siendo este último precisamente el proceso que la borra. Es decir, concretamente, ¿podemos conocer en profundidad la cultura rural del siglo XVI a partir de las actas de la Inquisición? La conflictividad aquí es doble: reside en que estamos reconstruyendo esta cultura oral subalterna a partir de los testimonios escritos de la clase que sobre ella ejerció una función represiva.
Hay en este texto una postura teórica que discute categóricamente con las corrientes historiográficas tradicionales que niegan la validez de estudiar casos individuales, así como también una crítica explícita a la obra de Foucault, a quien acusa de concentrarse más en los procesos de exclusión que en la cultura de los excluidos.
La tesis del autor es que para poder estudiar determinadas culturas, para las cuales no tenemos acceso a fuentes propias, es necesario correrse del paradigma del conocimiento objetivo y empezar a considerar determinados rastros, indicios y abducciones que podamos obtener a partir de otras fuentes indirectas que nos permitan reconstruirla, teniendo en cuenta los filtros deformantes.
Esta metodología -a la que por concentrarse en un espacio social reducido también podríamos llamar “micro- histórica”- conduce a Guinzburg a abordar el caso particular de Menocchio, un molinero friulano alfabetizado que fue acusado de herejía y condenado a la hoguera por la Inquisición. Las actas de enjuiciamiento son de particular utilidad para encontrar las huellas de la cultura reprimida. En ellas le resulta posible al autor rastrear las imbricaciones entre las tradiciones rurales y algunos hechos históricos, como la Reforma/ Contra- reforma y la invención de la imprenta.
El caso del molinero corresponde a un perfil atípico para la época: el ámbito en que se movía era el de la cultura popular, pero su condición de alfabetizado lo llevó a tener acceso a algunos libros controvertidos para la Inquisición.
Guinzburg focaliza en el desfase entre los textos escritos a los que tenía acceso Menocchio, la manera en que asimiló su lectura, por un lado, y su posterior construcción discursiva dirigida a sus coetáneos y a los inquisidores que lo enjuiciaban, por el otro. La hipótesis del investigador es que Menocchio interponía un tamiz inconsciente entre él y la página impresa; es decir, configuraba una clave de lectura propia, una reelaboración original de lo leído en la que confluía la cultura oral y la cultura escrita.
El traspaso del registro oral al escrito, la traducción del juicio, el hecho de que las actas reflejen la cosmovisión de la cultura dominante de la época, las lecturas previamente realizadas por Menocchio, constituyen filtros deformantes que el historiador debe tener en cuenta para reconstruir la clave de lectura del protagonista. Una vez pasado el discurso por este tamiz analítico, lo que queda corresponde virtualmente al ámbito de la cultura oral popular del siglo XVI.
Dicha clave de lectura nos marca la distancia entre la letra de los textos y la explicación de Menocchio. Si bien esta interpretación no es accesible por fuentes directas, queda plasmada en las actas de la Inquisición en la manera en que el molinero la restituye a su interrogador:
“Yo he dicho que por lo que pienso y creo, todo era un caos, es decir, tierra, aire, agua y fuego juntos; y que aquel volumen poco a poco formó una masa como se hace el queso con la leche, y en él se formaron los gusanos y éstos fueron los ángeles; y la santísima majestad quiso que aquello fuese Dios y los ángeles; y entre aquel número de ángeles también estaba Dios creado también él de aquella masa y al mismo tiempo; y fue hecho señor con cuatro capitanes, Luzbel, Miguel, Gabriel y Rafael…”
“Ir a confesarse a los curas y frailes es como ponerse delante de un árbol”.
Finalmente, la obra nos permite sumergirnos aún en otra profunda discusión:
¿Hasta qué punto los eventuales elementos de la cultura hegemónica en la cultura popular son producto de una aculturación?
Lejos de propuestas como las de Mandrou, que atribuye a la clase subalterna una adaptación pasiva, o la de Bolleme, que le reivindica una oferta de valores autónomos, Guinzburg –siguiendo a Bajtín- afirma la circularidad en las relaciones entre culturas de clase, lo que permite pensar en una “zona de encuentro” entre ambas culturas, en la que se da una dinámica de relaciones de dominación, conexiones, préstamos, influencias recíprocas, conflictos y resistencias. En esta línea de pensamiento, el historiador nos propone un ejercicio de reflexión: es muy probable- sugiere el texto de Guinzburg- que si ambas culturas nunca hubieran entrado en contacto, las huellas de la cultura oral popular del siglo XVI se hubieran perdido para siempre.
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BIBLIOGRAFÍA:
Guinzburg, C. “El Queso y los gusanos”, Muchnick, Barcelona, 1981.
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La obra de la que nos ocuparemos se propone estudiar la cultura popular de fines del s. XVI y nos plantea inicialmente la imposibilidad de acceder a las fuentes de dicha cultura debido su naturaleza oral y al hecho de que no existen registros documentales de la misma. La pregunta que Guinzburg nos lleva a formularnos -siguiendo con la provocativa retórica de De Certeau- es si podemos estudiar la cultura popular por fuera del gesto que la suprime, siendo este último precisamente el proceso que la borra. Es decir, concretamente, ¿podemos conocer en profundidad la cultura rural del siglo XVI a partir de las actas de la Inquisición? La conflictividad aquí es doble: reside en que estamos reconstruyendo esta cultura oral subalterna a partir de los testimonios escritos de la clase que sobre ella ejerció una función represiva.
Hay en este texto una postura teórica que discute categóricamente con las corrientes historiográficas tradicionales que niegan la validez de estudiar casos individuales, así como también una crítica explícita a la obra de Foucault, a quien acusa de concentrarse más en los procesos de exclusión que en la cultura de los excluidos.
La tesis del autor es que para poder estudiar determinadas culturas, para las cuales no tenemos acceso a fuentes propias, es necesario correrse del paradigma del conocimiento objetivo y empezar a considerar determinados rastros, indicios y abducciones que podamos obtener a partir de otras fuentes indirectas que nos permitan reconstruirla, teniendo en cuenta los filtros deformantes.
Esta metodología -a la que por concentrarse en un espacio social reducido también podríamos llamar “micro- histórica”- conduce a Guinzburg a abordar el caso particular de Menocchio, un molinero friulano alfabetizado que fue acusado de herejía y condenado a la hoguera por la Inquisición. Las actas de enjuiciamiento son de particular utilidad para encontrar las huellas de la cultura reprimida. En ellas le resulta posible al autor rastrear las imbricaciones entre las tradiciones rurales y algunos hechos históricos, como la Reforma/ Contra- reforma y la invención de la imprenta.
El caso del molinero corresponde a un perfil atípico para la época: el ámbito en que se movía era el de la cultura popular, pero su condición de alfabetizado lo llevó a tener acceso a algunos libros controvertidos para la Inquisición.
Guinzburg focaliza en el desfase entre los textos escritos a los que tenía acceso Menocchio, la manera en que asimiló su lectura, por un lado, y su posterior construcción discursiva dirigida a sus coetáneos y a los inquisidores que lo enjuiciaban, por el otro. La hipótesis del investigador es que Menocchio interponía un tamiz inconsciente entre él y la página impresa; es decir, configuraba una clave de lectura propia, una reelaboración original de lo leído en la que confluía la cultura oral y la cultura escrita.

El traspaso del registro oral al escrito, la traducción del juicio, el hecho de que las actas reflejen la cosmovisión de la cultura dominante de la época, las lecturas previamente realizadas por Menocchio, constituyen filtros deformantes que el historiador debe tener en cuenta para reconstruir la clave de lectura del protagonista. Una vez pasado el discurso por este tamiz analítico, lo que queda corresponde virtualmente al ámbito de la cultura oral popular del siglo XVI.
Dicha clave de lectura nos marca la distancia entre la letra de los textos y la explicación de Menocchio. Si bien esta interpretación no es accesible por fuentes directas, queda plasmada en las actas de la Inquisición en la manera en que el molinero la restituye a su interrogador:
“Yo he dicho que por lo que pienso y creo, todo era un caos, es decir, tierra, aire, agua y fuego juntos; y que aquel volumen poco a poco formó una masa como se hace el queso con la leche, y en él se formaron los gusanos y éstos fueron los ángeles; y la santísima majestad quiso que aquello fuese Dios y los ángeles; y entre aquel número de ángeles también estaba Dios creado también él de aquella masa y al mismo tiempo; y fue hecho señor con cuatro capitanes, Luzbel, Miguel, Gabriel y Rafael…”
“Ir a confesarse a los curas y frailes es como ponerse delante de un árbol”.
Finalmente, la obra nos permite sumergirnos aún en otra profunda discusión:
¿Hasta qué punto los eventuales elementos de la cultura hegemónica en la cultura popular son producto de una aculturación?
Lejos de propuestas como las de Mandrou, que atribuye a la clase subalterna una adaptación pasiva, o la de Bolleme, que le reivindica una oferta de valores autónomos, Guinzburg –siguiendo a Bajtín- afirma la circularidad en las relaciones entre culturas de clase, lo que permite pensar en una “zona de encuentro” entre ambas culturas, en la que se da una dinámica de relaciones de dominación, conexiones, préstamos, influencias recíprocas, conflictos y resistencias. En esta línea de pensamiento, el historiador nos propone un ejercicio de reflexión: es muy probable- sugiere el texto de Guinzburg- que si ambas culturas nunca hubieran entrado en contacto, las huellas de la cultura oral popular del siglo XVI se hubieran perdido para siempre.
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BIBLIOGRAFÍA:
Guinzburg, C. “El Queso y los gusanos”, Muchnick, Barcelona, 1981.
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